jueves, 26 de agosto de 2010

¿Qué tiene que ver la evaluación con la literatura?

Jaime Peña Novoa

Editorial Edinun


Ésta es una de esas ocasiones en que a uno se le plantea una reflexión y no sabe por dónde arrancar; tampoco tiene seguridad si uno va a salir mal parado por las cosas que se atreva a decir en público y más aún por escrito, de modo que quede constancia para todas las generaciones de las banalidades que fuimos capaces de escribir.

Pero bien, animados por la confianza que se atreve a depositar en nosotros el Editor de esta revista, vamos a intentar reunir unas cuantas ideas que suenen familiares al tema que se nos ha propuesto y que, además, tengan alguna coherencia.

Debemos partir por aclarar el concepto de evaluar que nosotros vamos a usar para esta reflexión. El Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española nos ofrece una acepción que es la que quisiéramos adoptar:

Evaluar. 2. Estimar, apreciar, calcular el valor de algo. Dejamos, por tanto, para lo que acontece en la relación entre maestros y alumnos, en el contexto académico, la otra acepción que ofrece el Diccionario citado:

3. Estimar los conocimientos, aptitudes y rendimiento de los alumnos.

Y la primera reflexión que se me ocurre es la de pensar en cómo asumimos la oportunidad de enfrentarnos a un texto literario. ¿Se trata de la obligación tediosa de leer un cuento, una novela, un ensayo, porque tenemos que hacer un informe de lectura para atender el requerimiento del maestro? ¿Debemos vencer la resistencia de que no nos gusta leer? O, ¿es factible afrontar este reto con la mente y el corazón abiertos para estar dispuestos a las sorpresas que nos puede deparar este encuentro, como algo personal, como algo que tiene la potencialidad de movilizar nuestras vidas? Nos parece necesario estimular, especialmente en nuestros niños y niñas, la lectura por el puro placer, por el gozo y la diversión que nos proporcionan. Y ésta es una experiencia que hay que facilitarla. Los adultos, incluidos aquí los maestros y maestras, sólo podemos crear las condiciones necesarias, poner a la mano los recursos y los ambientes propicios, ofrecer el consejo o la orientación oportuna. El descubrimiento, la experiencia es responsabilidad personal

La segunda reflexión consiste en reconocer que es muy posible, que la lectura de un texto literario nos evidencie que necesitamos otras lecturas para poder acercarnos a su riqueza de significados, o que requerimos la amigable asistencia de un buen diccionario para descubrir las otras connotaciones que acompañan a la intencionalidad del autor, cuando emplea determinadas expresiones. Por tanto, es preciso visualizar que el oficio lector requiere esfuerzo, demanda una actitud proactiva como está de moda expresarse actualmente. No basta con leer a secas, hay que asumir la complejidad del texto, que nos remite a sus múltiples interrelaciones, como nos lo está demostrando la información que pone a nuestro alcance la tecnología actual.

Una tercera reflexión nos lleva a valorar el hecho de que un texto literario también nos abre hacia otros ámbitos de la realidad; hacia otras imágenes que completan el cuadro que estábamos acostumbrados a contemplar, nos muestra otros rostros, otros lugares, otras maneras de ver el mundo y de ser humanos, nos acerca a otras experiencias de la vida, obligándonos a ampliar nuestro horizonte, a admitir que la nuestra no es la única mirada y que el mundo que nos rodea no es toda la geografía y que el modo en que nosotros hacemos las cosas no siempre es igual en otras regiones del planeta. Obviamente, esto también nos lleva a juzgar lo que pensamos, nos lleva a considerar la validez y contundencia de nuestras verdades y a reconocer que el lugar en que nos ubicamos sólo permite ver un ángulo de la realidad, que puede ser mirada desde cada uno de los trescientos sesenta grados que tiene la circunferencia.

Una cuarta reflexión. La posibilidad de aproximarnos a un texto literario pone en movimiento nuestras capacidades expresivas, abriéndonos a las múltiples posibilidades que ofrece nuestra lengua, ayudándonos a optimizar nuestros recursos comunicativos y a mejorar la eficacia de la comunicación humana, en general. La tecnología actual ha potenciado en forma casi infinita las posibilidades de comunicación entre los seres humanos, obviando las limitaciones de la distancia geográfica. Sin embargo, no podríamos afirmar que la comunicación entre los seres humanos es, en los días que corren, de mejor calidad, que ha ganado en profundidad, que ha dejado de ser determinada por los prejuicios y las malas interpretaciones de los mensajes. Creemos que quien logra descubrir el valor del hecho literario, ve enriquecidas sus capacidades comunicativas y mejora sus posibilidades de ser un mejor ser humano.

Esperamos que estas pocas reflexiones contribuyan a mirar esa otra dimensión de la evaluación en relación con la literatura, que es la de estimar, apreciar, calcular el valor de sus contribuciones a nuestra vida.

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