¿Qué es evaluar? ¿Qué implica evaluar a los docentes en su desempeño profesional?
Los profesores responden a estas preguntas de diversas maneras, casi siempre haciendo referencia a términos como juicio, valoración y calificación sin tomar en cuenta que la evaluación implica también obtención de información y toma de decisiones. Pero no basta con recoger información, sino que es indispensable interpretarla, ejercer sobre ella una acción crítica, buscar referentes, analizar alternativas, tomar decisiones; es decir, crear una cultura evaluativa, en la que cada uno de los instrumentos empleados y los conocimientos generados adquiere sentido y significado. Por lo tanto, la evaluación del desempeño docente es: «una actividad de análisis, compromiso y formación del profesorado, que valora y enjuicia la concepción, la práctica, la proyección y el desarrollo de la actividad y de la profesionalización docente».
La evaluación, quiérase o no, orienta la actividad educativa y determina el comportamiento de los sujetos, no solo por los resultados que pueda ofrecer, sino porque ella preestablece qué es lo deseable, qué es lo valioso y qué es lo que debe ser.
Sin embargo, la evaluación docente genera una serie de sentimientos una vez que se la anuncia y se inicia su proceso. Es importante sacar a la luz los sentimientos que la evaluación produce, tanto cuando evaluamos a otros como cuando nos sentimos evaluados o susceptibles de serlo.
En nuestro medio, la evaluación provoca una diversidad de sentimientos desagradables, especialmente cuando somos objeto de ella: desconfianza, temor, miedo, inseguridad y, a veces, pánico. Esto se debe a que, desgraciadamente, tenemos una imagen traumática de la evaluación, porque la consideramos como sinónimo de arbitrariedad, subjetividad, irracionalidad y poder autoritario y aplastante.
A pesar de ello, cuando el sistema evaluativo llega a cumplir su objetivo e incorpora dentro de una cultura de evaluación a los docentes, les permite delinear sus metas y objetivos personales de crecimiento profesional. También es fundamental para el enriquecimiento de las propuestas y el currículo de las instituciones formadoras de maestros.
En la medida en que se proponga un sistema de evaluación que presente metas de mejoramiento docente y oportunidades de desarrollo profesional, los educadores se sentirán alentados a tratar de alcanzarlas. Este desarrollo debe darse en todos los ámbitos de la vida del profesor: su familia, la escuela o la comunidad, y le exige que amplíe sus conocimientos y capacidades en relación a sí mismo, a los roles y aspiraciones de su carrera.
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