jueves, 26 de agosto de 2010

¿Cómo involucrar a los padres en el proceso de evaluación de sus hijos?

Por:María Eugenia Lasso.
Grupo Editorial Norma.

Hasta hace poco, los padres de familia entendimos la evaluación como un acto final de aprobación o desaprobación del rendimiento de nuestros hijos, la resolvimos con la fórmula: pasa o no pasa el año.

La última palabra en este proceso la tenía el maestro, quien se limitaba a ofrecernos una escueta explicación de cuántos deberes incumplió el niño o el joven estudiante, cuántos ceros se sacó y cuántos puntos le hacían falta para llegar a la nota; información que casi siempre era recibida a destiempo y sin las evidencias correspondientes.

Involucrarse en el proceso de evaluación de los hijos significaba acudir al colegio a pasar un mal momento; a que un extraño le cuente sobre las falencias del hijo/a y, lo peor de todo, a que le hagan notar que la culpa de esos desatinos la teníamos los padres, o porque nos habían heredado la vagancia o porque no sabíamos cómo manejar a los retoños.

Dependiendo de las calificaciones finales y asumiendo nuestro deber como progenitores responsables, ejecutamos todo tipo de sanciones: prohibición de salidas, eliminación de recreos, reprimendas de carácter físico, privación de todo tipo de diversiones y hasta castigos mayores como no contestar el teléfono o no salir con los amigos.

El resultado de la evaluación se transformó entonces en un suplicio, en motivo de desestabilización familiar y sobre todo, en arma de control para los padres.

Las calificaciones se usaron equivocadamente como medida para calificar la capacidad intelectual de los chicos, y por ende como medio de exclusión, sirvieron como parámetros para clasificar a los hijos en vagos y aplicados, obedientes e indisciplinados, inteligentes y tontos, fracasados o exitosos.

Actualmente, el nuevo concepto de rendición de cuentas ha traído a la familia una nueva perspectiva de lo que se entiende como evaluación; la inclusión de nuevos actores, contextos y procedimientos han convertido a esta práctica en un ejercicio más democrático y útil. Hoy, la evaluación está considerada como una actividad de doble vía: los evaluadores también son evaluados, los unos y los otros deben rendir cuentas, y por lo tanto, el error y el éxito son resultados compartidos; pero lo más valioso del nuevo concepto, es que se considera a la evaluación como la oportunidad para observar el proceso de aprendizaje de una persona.

Los padres deben evaluar al establecimiento donde estudian sus hijos y preguntarse si las condiciones que rodean su vida de estudiante son favorables para el propósito de aprender. Observar los materiales que utilizan y las metodologías a través de las que aprenden, así como el clima emocional en donde se desenvuelve el aprendizaje.

En un mundo cambiante e incierto no existen verdades absolutas aunque provengan de la autoridad escolar o paterna. Las nuevas formas de vivir, relacionarse y producir exigen personas diferentes que respondan de manera nueva a los problemas. Encasillar a los hijos y a los alumnos en pautas y lineamientos antiguos de calificación, puede convertirse en una práctica contraproducente.

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